Tuvo que ir a buscarla a su casa para subirla al metro, para llegar a la pollería de su amigo para ponerla frente al pollero y pedir una pechuga de pollo, para que viera como se hacen. No para que se la llevara a su casa, ni para que se la comiera, de hecho, la pago y la dejó ahí. Sólo quería que viera como se hacen las pechugas de pollo, paso por paso. para no tener que explicarle, una vez más, los gajes del oficio de empezar a llamarse uno al otro, pollito.
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